Había una niña cuya madre enfermó gravemente.
-Oh -dijo la niña-, si tan sólo encontrara agua para mi madre, sin duda ella
se repondría. Debo encontrar agua.
Tomó su taza de hojalata y partió en busca de agua. Al cabo del tiempo encontró
una pequeña fuente en una ladera. Estaba casi seca. El agua goteaba muy
despacio desde abajo de la roca. La niña sostuvo la taza y recogió unas gotas.
Aguardó un largo, largo tiempo, hasta que la taza se llenó de agua. Luego bajó
la cuesta de la montaña sosteniendo la taza con mucho cuidado, pues no quería
derramar una sola gota.
En el camino se cruzó con un pobre perro que apenas podía caminar. Respiraba
entrecortadamente y la lengua reseca le colgaba de la boca.
-Pobre perrito -dijo la niña-, estás tan sediento. No puedo seguir de largo
sin darte unas gotas de agua. Si te doy sólo un poco, aún habrá suficiente
para mi madre.
Así que la niña vertió un poco de agua en la mano y le ofreció al perro. Él
lamió rápidamente y se sintió mucho mejor, de modo que se puso a menear la
cola y ladrar, como si le diera las gracias. Y la niña no lo notó, pero su
cucharón de hojalata se había convertido en un cucharón de plata y estaba tan
lleno de agua como antes.
Se acordó de su madre y echó a andar a toda prisa. Cuando llegó a casa casi
anochecía. La niña abrió la puerta y subió rápidamente a la habitación de
su madre. Cuando entró en la habitación, la vieja criada que ayudaba a la niña
y su madre, y que había trabajado todo el día para cuidar de esa mujer
enferma, se acercó a la puerta. Estaba tan fatigada y sedienta que apenas podía
hablar.
.Dale un sorbo de agua -dijo la madre-. Ha trabajado con ahínco todo el día y
la necesita mucho más que yo.
Así que la niña le acercó la taza a los labios y la vieja criada bebió un
sorbo de agua. De inmediato se sintió mucho mejor y se acercó a la madre y la
alzó. La niña no notó que la taza se había convertido en una taza de oro y
estaba tan llena de agua como antes.
Luego acercó la taza a los labios de la madre, que bebió y bebió. ¡Oh, se
sentía mucho mejor! Cuando hubo terminado, aún quedaba un poco de agua en la
taza. La niña se la iba a llevar a los labios cuando oyó un golpe en la
puerta. La criada la abrió y se encontró con un desconocido. Estaba pálido y
sucio de polvo.
-Tengo sed -dijo-. ¿Puedo beber un poco de agua?
La niña dijo:
-Claro que sí, sin duda la necesitas mucho más que yo. Bébela toda.
El desconocido sonrió y tomó el cucharón, que de inmediato se convirtió en
un cucharón de diamante. Lo dio vuelta
y toda el agua se cayó al suelo. Y donde caía el agua
burbujeó una fuente. El agua fresca fluía sin cesar, agua de sobra para
la gente y los animales de toda la comarca.
Mientras miraban el agua se olvidaron del forastero, pero cuando miraron se había
ido. Creyeron verle desaparecer en el cielo... y allá en el cielo, alto y
claro, brillaba el cucharón de diamante. Todavía brilla en lo alto, y recuerda
a la gente la niñita que era amable y abnegada. Se llama el Gran Cucharón.
1 comentario:
que linda historia..que dios multiplique tus actos
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