Prólogo:
«No hay nada que tema más que la frase "¿Te importaría leerte mi primera novela? Me gustaría que me dieras tu opinión", salida de la boca de un amigo. Cada vez que la escucho, un latigazo de terror ha sacudido mi espina dorsal. Porque, en primer lugar, si no me gusta, ¿qué debo decirle? ¿debo asumir la responsabilidad de destruir una incipiente carrera literaria? En segundo lugar, ¿estoy capacitado para hacerlo?. La respuesta a la primera pregunta debería ser sí. Es el escritor nobel quien asume el riesgo de someterse a mi criterio. La respuesta a la segunda es no. Definitivamente no. Soy un lector normal y corriente, ni tan siquiera puedo alardear de haber leído mucho. Solamente cuenta a mi favor que me gusta leer , y lo único que le pido a una novela es que no me permita dejar de leerla. Que me absorba. Si esto ocurre, me parece buena. Y si no lo consigue le pierdo el respeto y la abandono de forma cruel e inmisericorde. Eso está claro, eso es así.
»En cuanto a mis gustos, simplemente diré que adoro las novelas de ciencia ficción y fantasía, los relatos policiales y la acción trepidante. Y siento un acusado prejuicio hacia las historias sentimentales y románticas, de las que huyo como gato escaldado. Me repele especialmente el subgénero conocido como "treintañeros en crisis". En éste caso, también, esto es así, está claro.
»Hechas estas aclaraciones, sólo me queda explicar mi vivencia con éste libro. Mi amigo Enric Pardo me ofreció el manuscrito de "Todas las chicas besan con los ojos cerrados" (en aquel momento su título era otro, una simple palabra, un nombre de mujer que empieza por C) y me dijo "¿Te importaría leerte mi primera novela? Me gustaría mucho que me dieras tu opinión". Yo le ofrecí mi típico sí acompañado de calambrazo dorsal. Sin saber con que me iba a econtrar, me sumergí en las páginas de... ¡Una novela de treintañeros en crisis! Sin un viaje en el tiempo, ni un láser, ni un tiro, ni una persecusión por el techo de un tren en marcha. Y ocurrió algo que me descolocó por completo: pese a tenerlo todo en contra, la historia me atrapó y no pude dejar de leerla. Cuando terminé su lectura, convertido en un lector nuevo, con menos prejuicios y reconciliado con un género al que guardaba una injustificada ojeriza, pude decirle a mi amigo Enric Pardo que me había gustado mucho su obra. Había conseguido abrirse camino en el cerebro de un lector a priori hostil y hacerme conservar de ella un muy agradable recuerdo en el corazón. Él me pidió que os transmitiera esta sensación a vosotros, queridos lectores, en este prólogo. Y yo le contesté que me sentía honrado de hacerlo, porque, a mi parecer, ésta es una buena novela. Y amigos, eso está claro, eso es así.»
Berto Romero.
Barcelona, 10 de abril de 2012.
Entonces, volviendo a lo mío. Aun no he leído el libro, pero creanme, desde que tenga un segundo le voy a entrar las manos y no se las saco hasta que no lea la palabra Fin. No me despegaré ni para ir al baño. (¿Ya ven? Así de mal estoy).
Andaba buscando en google el prólogo para ponerselos aquí cuando encontré una publicación del mismo Berto Romero sobre el libro. Una publicación que me dió mucha gracia.
Junto con un fragmento del artículo les dejaré el link:
Todas las chicas besan con los ojos cerrados:
»... Haceos la siguiente reflexión: si su lectura puede provocar que dos cretinos infantiloides como éstos se emocionen, ¿qué no provocará en vosotros, que sois personas maduras, sensibles y de provecho?«
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